Ya habíamos escapado de aquel mal recuerdo y nos dejamos
levar lo más alto que nuestras piernas nos permitieron ascender. La vista era
la de siempre, montañas y montañas a nuestro alrededor y un atardecer que
pronto se volvería la agonía de un rey tras la última colina. Lo habíamos visto
caer miles de veces, pero esta tarde parecía demorar una vida entera. El tan
esperado atardecer no llegaba y nosotros no parecíamos poder esperar mucho más,
así que seguimos subiendo y subiendo, hasta que el valle se vio como una línea
verde muy lejana. Con lo último de nuestro aliento llegamos hasta un mirador de
piedra, que quizás antaño fue usado para observar el amplio territorio que la
vista describía y que pudo haberle pertenecido
un rico señor inca. Esta vez no había necesidad de beber cosas
chamánicas porque no era una de esas “subidas”. Esta vez lo hicimos para huir,
para escapar de eso y de todo. Y casi lo estábamos logrando y en ese momento el
sol se ocultó describiendo en el cielo un ejercicio de colores luz que nos
devolvió la sonrisa y nos hizo agradecer por la oportunidad de vivir un día
más. Pero la oscuridad nos atrapó de golpe y nos vimos desorientados y
asustados hasta que la resignación nos hizo tomarlo con calma y esperar. Con la
noche vienen nuevas luces, fugaces y casi imperceptibles. Y si tienes suerte,
la Luna vendrá a besarte la boca y guiará tu camino de regreso. …pero si no
deseo volver?...
Ambos encontramos la tibieza en la luz de nuestros ojos y
no dejamos de mirarnos hasta que el frío seco que calaba nuestra alma, se vió
derotado y se alejó dando trancos montaña abajo. Sabíamos para que habíamos
subido tan alto y sin intercambiar una sola palabra nos sentamos uno al lado
del otro para ver como la noche tomaba control del mundo y nos mostraba su cara
mas bella, la que no muestra nunca en la ciudad, esa que las luces de los
postes opacan con sus colores yodo. Una noche estrellada y de cielo despejado
se abrió ante nosotros como una bendición que ambos creíamos no merecer. En lo
profundo de lo profundo, una estrella azul se acerca desde dejos y su luz traza
un sendero que nos invita a seguirlo. Sin querer nos tomamos de la mano y
dejamos que nuestro nuevo impulso nos lleve hacia eso desconocido. Tenemos
miedo?...no estoy seguro en realidad,. Solo seguimos y seguimos caminando.
El frío ha vuelto a colarse en nuestros corazones como un
animal que vuelve para recuperar una presa que nunca consideró totalmente
perdida, así que buscamos algo de yesca y unas ramas secas de algún arbusto
muerto, que la desértica montaña ha dejado ahí como recuerdo de que la vida es
solo para los más fuertes. Hacemos un fuego en honor a todos los viejos hombres
que se rindieron a la embriaguez de pasar la noche bajo el manto universal y
que brindaron alrededor del elemento de los dioses. Un fuego para volver a
vernos juntos y para unirnos en un solo lado sentados uno al lado del otro. Y
es cuando debería poder decir algo pero callas, porque el silencio es mucho
mejor que una caricia que nadie espera.
Entonces aceptamos haber renunciado a todo, y corremos. Y
la nada nos envuelve pero nos reímos para hacer algo diferente. Y volamos
juntos en un sentimiento demasiado alegre para ser real, pero seguimos creyendo
que durará para siempre y entonces descubrimos que reír juntos es mejor que
sufrir juntos. Sabemos que nada va a cambiar eso y decidimos que no nos detendremos
y que el rock ‘n roll hará el resto. Ahora somos parte de algo más grande, la
maldita humanidad nos acoge con los
malditos brazos abiertos pero no queremos volver… o quizás ya no podemos.
La noche pasa calmadamente mientras tú y yo deseamos que
el instante dure para siempre, como cuando la lluvia es tibia y nos acaricia la
piel desnuda. Solo nosotros dos y la verdad entre nosotros de hace evidente….pero
en nuestros ojos está el verbo, y el predicado.
Emonces me besas y me dices que no… y claro, era lo que
esperaba.
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