lunes, febrero 02, 2015

Nunca te olvidaré



“… Ella lo miró con sus ojos de niña, potentes y rodeados de una cara hermosa y llena de pecas. Él se sacudió la mugre de las rodillas, se echó el cerquillo negro y rebelde hacia un costado y la tomó de la mano para llevarla a rastras hasta donde pudieron estar solos por primera vez. Siempre y en todo era la primera vez. Cuando la inocencia es la tarjeta del día a día, la experiencia siempre consiste en un conjunto de primeras veces. Y esta era su primera vez.
Ambos sabían que ahí, donde su complicidad los había llevado, sería el principio del resto de sus vidas. Nadie les dijo del dolor y el amor y lo que la vida les daría al crecer, al creer, al soñar.  Se miraron a los ojos largo rato y no dijeron ni una palabra. Sus pensamientos simples e infantiles de ese entonces, no terminaron de llenar el silencio que poco a poco comenzó a llenar ese espacio oculto y oloroso a jazmines que sería eterno en sus memorias.  Ella sonrió pícara y el sintió que su boca se sacaba como un desierto en el día mas caluroso. Ella le acomodó el cuello de la camiseta sin dejar de atravesarlo con sus ojos tan potentes y rodeados por una cara hermosa llena de pecas. El miró de reojo alrededor y encontró una flor morada que arrancó de una enredadera y se la puso en la mano temblorosa. Ambos bajaron la mirada.
-“Creo que me gustas”, dijó él con la garganta más seca que la superficie de Marte. Ella entre divertida y espantada se balanceó de lado a lado deseando que el momento durase para siempre o acabase en ese mismo instante. –“Creo que me gustas también”, dijo ella arremolinando con la mano que no sostenía la flor, sus cabellos largos.  Luego el silencio, cruel como hermoso, volvió a envolverlos haciendo del instante un siglo, un milenio.

El olor de los jazmines se hacía mas intenso a medida que sus respiraciones se tornaban mas y mas agitadas. Ella cerró los ojos y le tomó la mano mugrosa. Él supo que era el momento y acercó sus labios a los de ella temblando. Ambos se sintieron ensordecidos por el latir de sus corazones. Luego se dieron aquél torpe pero maravilloso primer beso. Ese que nunca es el que se esperaba pero que los hizo amarse hasta la muerte como solo se ama cuando se es niño. De verdad y para siempre. Ambos avergonzados se miraron y se tomaron de las manos.  Luego, y solo cuando estuvieron seguros que nadie los había visto salieron a buscar al resto de niños. Ya debían haberse dado cuenta que no estaban. Seguro les tocaría a ellos esta vez contar para seguir jugando a las escondidas. Pero no le dirían a nadie de su escondite privado, aquél hoyo donde solo pudieron entrar los dos y que olería a jazmín para siempre en sus memorias….”  

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