Nunca te olvidaré
“… Ella lo miró con sus ojos de niña, potentes y rodeados de
una cara hermosa y llena de pecas. Él se sacudió la mugre de las rodillas, se
echó el cerquillo negro y rebelde hacia un costado y la tomó de la mano para
llevarla a rastras hasta donde pudieron estar solos por primera vez. Siempre y
en todo era la primera vez. Cuando la inocencia es la tarjeta del día a día, la
experiencia siempre consiste en un conjunto de primeras veces. Y esta era su
primera vez.
Ambos sabían que ahí, donde su complicidad los había
llevado, sería el principio del resto de sus vidas. Nadie les dijo del dolor y
el amor y lo que la vida les daría al crecer, al creer, al soñar. Se miraron a los ojos largo rato y no dijeron
ni una palabra. Sus pensamientos simples e infantiles de ese entonces, no
terminaron de llenar el silencio que poco a poco comenzó a llenar ese espacio
oculto y oloroso a jazmines que sería eterno en sus memorias. Ella sonrió pícara y el sintió que su boca se
sacaba como un desierto en el día mas caluroso. Ella le acomodó el cuello de la
camiseta sin dejar de atravesarlo con sus ojos tan potentes y rodeados por una
cara hermosa llena de pecas. El miró de reojo alrededor y encontró una flor
morada que arrancó de una enredadera y se la puso en la mano temblorosa. Ambos
bajaron la mirada.
-“Creo que me gustas”, dijó él con la garganta más seca que
la superficie de Marte. Ella entre divertida y espantada se balanceó de lado a
lado deseando que el momento durase para siempre o acabase en ese mismo
instante. –“Creo que me gustas también”, dijo ella arremolinando con la mano
que no sostenía la flor, sus cabellos largos.
Luego el silencio, cruel como hermoso, volvió a envolverlos haciendo del
instante un siglo, un milenio.
El olor de los jazmines se hacía mas intenso a medida que
sus respiraciones se tornaban mas y mas agitadas. Ella cerró los ojos y le tomó
la mano mugrosa. Él supo que era el momento y acercó sus labios a los de ella
temblando. Ambos se sintieron ensordecidos por el latir de sus corazones. Luego
se dieron aquél torpe pero maravilloso primer beso. Ese que nunca es el que se
esperaba pero que los hizo amarse hasta la muerte como solo se ama cuando se es
niño. De verdad y para siempre. Ambos avergonzados se miraron y se tomaron de
las manos. Luego, y solo cuando
estuvieron seguros que nadie los había visto salieron a buscar al resto de
niños. Ya debían haberse dado cuenta que no estaban. Seguro les tocaría a ellos
esta vez contar para seguir jugando a las escondidas. Pero no le dirían a nadie
de su escondite privado, aquél hoyo donde solo pudieron entrar los dos y que
olería a jazmín para siempre en sus memorias….”
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